miércoles, 21 de septiembre de 2011

Patrick Ball. "Arpa celta"


Mira: un hombre alto camino solo por la playa al atardecer, entre el día que se muere y la marea que sube. Huele el aire húmedo, cargado de sal. Escuccha el golpear de las olas contra la playa, el ruido de su retirada; su vuelta apresurada. La marea friltea con la arena, la seduce, la invita, le susurra cuentos del más allá del mar oscuro.
El mar oscuro, la luz que agonizaba, y una inquietud antigua y ya familiar se unían para obsesionar a Amergín el bardo. Toda su vida había sufrido una desazón en el alma, un anhelo sin forma, que le llevaba hacia él el viento del Norte. El viento verde, le llamaba él así, para sí, pues para Amergín parecía que estaba cargado de aromas de verdura de algún mundo bello que existía sólo en su imaginación. Sin embargo, el viento del norte seguía torturandole con atisbos de una tierra irreal, y dolorosamente bella: La Patria de su corazón.
Amegín nunca se había sentido verdaderamente en casa en ninguna parte, ni siquiera dentro de su propia piel. Esta noche ese sentimiento era muy fuerte y le llevaba a caminar por la playa y sufrir su melancolía con los dientes apretados.
Por una vez Clarsah no iba sobre su hombro. El viento de la noche que procedía del mar podía dañar la voz del arpa. Pero, de alguna manera, Clarsah iba siempre con él pues ella era una parte muy íntima suya, su música constantemente en su pensamiento. En el anochecer, cada día más, comenaba a tratar de captar la esencia de las canciones que había oido en el viento, y a darles forma para que se ajustasen a las capacidades del arpa.
Pero, esta noche el mar parecía tener una presencia sensorial, interrumpiendo de una manera consciente sus esfuerzos por componer. Se encontró mirando el horizonte, una y otra vez, como si esperara ver… ¿Qué? ¿Alguna Diosa, formada por las olas y la espuma, que viniese a romper su soledad?.
La lujuria serpenteó a través de Amergín, al azar, como el rayo.
Movió la cabeza con cierta sorna. Incluso la visión de un druida no podía ver a una Diosa donde no la había, o llamar al espiritu del Océano y vestirlo de carne para su placer. La visión del druida, asi como su talento,  eran una cosa de un cierto momento, no controlados por el hombre. Su aparición y su uso eran elegidos por los espiritus para comunicarse entre ellos. Amergín, bardo y druida, lo sabía demasiado bien.

Del libro “Bardo” La Odisea de los irlandeses” de Morgan Llywelyn

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